José Alejandro Castaño Hoyos, periodista y escritor, estuvo 20 días en el hogar de la familia Escobar Henao, conformada por la esposa y los dos hijos del fallecido narcotraficante Pablo Escobar Gaviria. Los mismos que en 1994 se vieron obligados a pedir asilo en Argentina tras la muerte del jefe narco. Al principio, la visita del periodista tenía un fin: escribir un libro sobre la vida de los herederos de Escobar. Sin embargo, por temas de seguridad, convenios y posturas íntimas de los Escobar Henao, el propósito inicial tomó un rumbo diferente que anuló toda posibilidad de construir un relato periodístico.
Fueron tres semanas que el periodista nunca olvidará. Durante ese tiempo compartió desayuno, almuerzo y actividades con la viuda e hijos de Escobar en Buenos Aires. Habían pasado 14 años desde la muerte del capo cuando su esposa, María Victoria Henao, y sus hijos, Juan Pablo y Manuela, se vieron forzados a dejar Colombia y buscar asilo en alguna parte del mundo. Argentina les abrió las puertas y allí María Victoria encontró un nuevo amor, rehízo su vida y sus hijos crecieron con nuevos nombres y apellidos.
Entre todos los momentos que el escritor vivió en los intensos días en la intimidad de la familia Escobar, uno permaneció en su mente: la huella de dolor de Manuela, la hija adorada del capo. Aunque la jovencita salía antes de la llegada del periodista, la melancolía de Manuela quedaba impregnada en el apartamento. Solo María Victoria Henao y Juan Pablo Escobar han concedido entrevistas, por lo que la figura actual de Manuela es un misterio, nunca se ha dejado ver.
José Alejandro Castaño se obsesionó por reconstruir la vida de una niña triste convertida en una mujer de 23 años que aún no le encontraba sentido a su vida. Comenzó entonces una investigación de cinco años en los cuales entrevistó a decenas de personas que la conocieron cuando era la hija mimada de Pablo, quien la trataba de complacer a cualquier precio.
Castaño se encontró con una familia que pasó de vivir en palacios y mansiones a habitar un discreto apartamento y tener, como máximo lujo, una casa de campo a las afueras de Buenos Aires. Los hijos de Escobar cambiaron sus nombres para convertirse en Sebastián y Juana Manuela Marroquin Santos. De la herencia quedó poco. La familia fue obligada a reunirse con los líderes del grupo ‘Los Pepes’ (perseguidos por Pablo Escobar) y forzados a entregar cientos de propiedades que estaban a nombre del capo, a cambio de que Los Pepes les perdonaran la vida. Lista en mano, fueron entregadas escrituras de casas, apartamentos, fincas, predios, carros y pinturas entre otros bienes de valor.
Gran parte de los animales que adquirió el capo para su Hacienda Nápoles eran caprichos de su hija Manuela. La reconstrucción de la vida de la hija de Pablo significó un esfuerzo especial. En Panamá, Castaño encontró a quien había sido la nana de la niña, una mujer que recordó cómo la vestían, sus alimentos predilectos, los juegos, el miedo y hasta los programas de televisión que la entretenían.
Otra persona con quien Castaño habló fue una mujer que quedó embarazada de Escobar y a quien el narco obligó a abortar. La razón: Escobar le habría jurado a Manuela que ella sería la última descendiente, “el final del cuento”. Pero lo más impactante son las anécdotas que contaron los sicarios del patron que protegían la familia, quienes la conocieron en la intimidad.
Recordaron muchos episodios, como el del unicornio que en una navidad pidió la niña y cómo ellos mismos tuvieron que aparecerse, por solicitud del patrón, con un caballo blanco al que le pegaron con grapas un cuerno bajo su crin y adhirieron largas alas de papel a su torso. El animal murió como consecuencia de una infección. Si Manuela quería una jirafa, había que mandarle traer el animal de la lejana África. Si la princesa quería ver en persona a los personajes del programa de moda, sus deseos se cumplían.
El Pablo Escobar que recuerdan quienes lo rodearon era un hombre afectuoso, juguetón y creativo con la niña. Un hacedor de fantasías creadas para sorprender los días de su hija. Cuando la llevaba a los escondites del cartel, empujaba puertas ocultas diciendo “ábrete sésamo” y entonces, como por arte de magia, bóvedas llenas de dinero se abrían. “¿cuánto son mil millones de dólares, papá? / Lo que valen tus ojos princesa”, le respondía.
Mercenarios estuvieron presentes cuando Don Pablo, acorralado por el Bloque de Búsqueda, con gran tranquilidad inventaba juegos para la niña. Le pedía a la mamá el delineador de ojos, le pintaba bigotes y le decía: “ya vienen los gatos, hay que esconderse”.
Estas y otras historias aparecen transformadas con toques de ficción en la novela de José Alejandro Castaño titulada Cierra los ojos princesa. Como es de suponerse, la obra no gustó en la familia Escobar Henao. Algunos emisarios han hecho llegar sus mensajes de inconformidad, pero el autor se defiende explicando que la idea inicial surgió de los 20 días que compartió con los Escobar en Buenos Aires, pero que de allí en adelante, decenas de personas aportaron para reconstruir la vida de la hija hija del “Capo de Capos”, cuyos deseos eran órdenes para quien fuera el hombre más buscado del mundo.
Con información de TKM